El deber

por Lucas Daglio

Cuando miré a través de la mirilla de mi puerta, y vi que el pasillo era yo, retrocedí asustado. Pero la tarde aburrida me arrojaba al peligro, fijado en mi, en la vida que adentro esperaba, decidí y dictaminé que esa mirilla era un deber. Una responsabilidad que debía afrontar. Asomé el ojo, pegándolo al frío metal, y la mirilla me devolvió la anterior imagen, efectivamente, el pasillo de mi edificio era yo. Un Yo adaptado a las necesidades particulares que un pasillo debe corresponder para con el resto del edificio. Debo confesar, sin falsa modestia, que me sentí muy eficiente como tal, de hecho, nunca me había sentido más útil en la vida. En ese momento alguien salía del ascensor, era mi vecina. Caminó sobre mi con una soltura tan agradable, que espiarla, por así decirlo, desde mi doble posición detrás de la mirilla y como pasillo mismo, me dio algo de pudor. Se alejó por el corredor hasta llegar a su puerta, la cual encontró con total naturalidad, gracias a la nobleza y sinceridad de un pasillo sin curvas ni señales engañosas. Luego sentí el golpe, que culminaba en esta enorme satisfacción de haber cumplido con excelencia y determinación una misión tan importante. Me sentí un guía, una inspiración, el camino al ansiado hogar.