Prólogo:
– Llegaremos esta noche, dijo el interno
– Si, pero las emboscadas pueden multiplicarse, respondió el otro.
– ¿Multiplicarse por qué?
– Por nada.
– Entonces no las habrá porque lo que se multiplica por nada da siempre nada.
– Me asusta usted. ¿dónde aprendió eso?
– En este cuento…
El otoño en Pekin, Boris Vian
Introducción
Quiero comenzar abriendo el paraguas, ya que este intento de introducción está siendo escrito en la Asociación «Creemos en Todas las Idioteces del Mundo » y cada vez que lo hago gritan como enajenados en un cubo de cristal a punto de llenarse de agua. Quiero comenzar, en resumen, describiendo mi estado de humor aquél día de mayo de 1939 en que Dorian (muchacho pintoresco si los hay) se acercó a mi estudio particular, ya que no tiene paredes y más bien se parece mucho a un baño de la estación ferroviaria de Nueva York, una propuesta de trabajo en la British Comittee of War de Londres. Más precisamente en la Bureau de la Communication de los países aliados o alienados mucho no entendí lo que Dorian me dijo, ya que tenía la costumbre de no tener dientes y no pronunciar casi ninguna palabra sin escupir una baba espesa en la que se podía distinguir alguna de las letras que tampoco podía decir.
Mientras muestro mis calzones rojos a las alarmadas mujeres de la asociación que antes mencioné, reflexiono acerca de mi viaje y mi estadía en Londres. Lo único que me queda por advertirles, inexpertos pero inteligentes lectores es: no me malinterpreten, soy hincha de Quilmes, me depilo por deporte y me rapo por gusto, nada de eso debe parecer tendencioso y poco objetivo.
Uno que ya tiene muchos viajes encima sabe cada paso que debe dar y cómo manejar los tiempos. Yo, que nunca antes viajé, perdí doce vuelos seguidos por llegar tarde. Once de las doce veces había olvidado la mitad de mi ropa; seis veces mis lentes, cinco veces los pasajes, y cuatro fueron las veces que olvidé la tabla del dos estando en la escuela primaria de Filadefia, lugar gracias al cual Tom Hanks contrajo el SIDA y ganó un Oscar debido a ello. Suertudo. Pero la decimotercera vez logré mi cometido. Y me embarqué en avión hacia mi destino.
La sexta noche, mientras bebía un margarita en una playa de Bahamas, me di cuenta de que me había equivocado de vuelo. Aún así terminé mi bebida, subí mis pantalones, y esta vez si, llegué a Londres dieciocho días, cuatro horas y veintisiete minutos tarde, no sin antes dejarle al piloto una generosa propina de siete Dólares por su notable actuación en ¿Y dónde está el piloto? La uno, porque la segunda ya mucho no me piacce.
Fue entonces que un 12 de octubre de 1492 Colón llegó a América, que extrañamente ya tenía el nombre de alguien que llegó después, pero eso mucho no importa. Algunos años más tarde, ironía de la historia, un 23 de abril de 1939 me presenté ante mi jefe de la British Comittee of War y me explicó bien en detalles la ley del offside y el motivo de mi estancia en esa bella capital Británica.
Para ser sintético, la situación era la siguiente: Heil Hitler, el furor de Alemania, nació con el apellido de Sehickelgruber, pero pronto lo superó. No pudo en cambio superar otras tendencias como las de empezar guerras y dejar sin afeitar el labio superior, que a diferencia del flequillo de los Beatles, nadie quiso copiar. Mi misión: elaborar una estrategia de comunicación que una a los países aliados en los mismos valores morales oponiéndome a la ideología nazi y al genocidio. Enseguida puse mi corazón y mi hidalguía en un cajón de mi mesa de luz y quise huir desesperadamente. Pero me frenaron a tiempo y con un discursito demagogo me convencieron fácilmente. En pocas horas me puse manos a la obra.
Afiche Nº 1
Comenzar un trabajo desde la ignorancia puede ser cómodo en caso de ser uno el ignorante, pero también puede ser esclarecedor cuando de creatividad se trata. Como dicen, no hay ser más creativo que un niño, y no hay mal que por bien no venga, pero esto de las multiplicaciones entre palabras nunca llegan a un resultado positivo (ver prólogo).
Puedo comenzar, sin embargo, por los datos que ya sé del nazismo, por ejemplo: no se trata de nazos puntiagudos y filosos que achuran a la gente sin ton ni son. No, más bien es una infernal máquina aceitada de lavar cerebros alemanes contra el mundo, una atroz ametralladora propagandística capaz de hacer quedar al perro de Pavlov como un maldito genio pensante e independiente. Ahora hablemos un poco de nuestro amigo de apellido difícil, Adolfito Hitler, prejuicioso como pueblerino Yanqui, violento como Rocky IV, más rápido que un avión y menos introvertido que Clark Kent cuando le tiene ganas a Luisa. El objetivo: la manipulación de las masas, no las de la Confiteria París de calle siete, sino las masas de alemanes que preparadas a punto de ebullición, absorben un mensaje plagado de luces y fantasías subliminales, colores e insignias cargadas de superioridad, perfección y venganza. Sangre + sangre + sangre = morcilla de gente quemada en campos de concentración. Judíos perseguidos por todo el este de Europa. Austria en 1942 no presenta equipo para el mundial porque todos habían sido asfixiados con gas por perder un amistoso ante Bélgica. Mientras, en otros países, analizan la posibilidad de analizar la posibilidad de algún análisis, pero la guerra comienza y cuando despiertan, ya tienen un alemán hurgando de su heladera.
Esta pequeña reflexión, que a ustedes les llevó apenas algunos minutos leer, me retuvo en mi pieza del Soho durante tres días y dos semanas, aproximadamente. Tuvieron que derribar la puerta y despertarme de un letargo casi mortal. Había dejado, una vez más, la llave del gas abierta. Fue un milagro que todavía siga con vida. Así como es un milagro también que no haya muerto. Pero un profesor un día me dijo: » Querido amigo, el orden de los factores no altera el resultado”, mientras se bajaba los pantalones. Aún sigo pensando en aquélla frase, y aún sigo dejando la llave del gas abierta. Será el destino. El tema es que me reprendieron por no haberme presentado en la oficina durante ese tiempo. Argüí inteligentemente, que mi falta se debía a un arduo trabajo que estaba realizando y que en breve estaría terminado. El hombrecillo me miró conforme, luego escupió espesamente en mi cara, luego me pidió disculpas y por último me tendió en la mano una pequeña carga eléctrica. El muy bromista.
Tuve que empezar a trabajar con urgencia, el deber me lo imponía, y una manga de ingleses locos también. Lo que no saben, es que ya cuento con un material importante para la realización del primer afiche político aliado. A continuación tendrán el privilegio de ver una verdadera obra de arte.
Afiche Nº2
La ardua tarea del comienzo estaba superada, como habrán visto, estoy dotado de un talento incomparable, de una elocuencia magistral, y de una ortografía detestable.
Leyendo el diario, me encuentro con una noticia realmente impactante, La prima de riesgo Berlín seguía subiendo, el ministro Eisenhower manda las fuerzas angloamericanas desembarcar en Marruecos y Argelia, Homero se convierte en astronauta y una colonia de hormigas japonesas descubre la clonación de palitos para cargar en el lomo. Mientras, en Italia, los aliados guiados por mi afiche, descendieron en Sicilia en el mes de Verne o de Julio, no sé bien. Lo que si sé es que un golpe de estado depuso a Mussolini quien cayó prisionero en el mismo instante que se tatuaba la frase » Va pensiero per la cañería del inodoro». El partido Fascista se disuelve, pero sólo en los libros, muchos Benitos deambulan por el mundo con sus cortas ideas de ultra- nacionalismo. Yo prefiero admirar el arte de Gaudí mientras fumo un Galois negro sin filtro. Miren cómo será la cosa en tiempos de guerra que el bigotón invade Italia, libera a su amicci Mussolini, los aliados abren fuego en ese país, los alemanes también y los tanos, pobres, quedan como salamín de Milán picado grueso. Es más, creo que de allí proviene su mítico nombre.
Con todo este extraño panorama que los diarios imprimían y borraban con cada amanecer, mi tarea de comunicador visual se veía amenazada. Esperaba ansioso que varios participantes se bajaran de los cañones para poder concentrarme en quién era realmente el enemigo público número uno, que no era solamente Hitler en ese confuso momento.
Respiré casi hondo por mi problema de asma, me puse los pantalones ajustados para ayudarme a pensar y comencé a realizar el segundo afiche de mi repertorio en esta ciudad plagada de lluvia y húmedo smog. Cuando en noviembre de ese mismo año los alemanes comienzan su expansión en Francia, la contienda se clarificó, los objetivos militares de Adolfito no eran joda. Había que actuar y eso hice. Esa tarde llame a Dorian para ver cómo andaba, pero no contestó. Temí por su vida, el pobre no tenía dientes pero era ciego y eso es un peligro cuando uno tiene la mala suerte de nacer sin una oreja, medio sordo y conseguir trabajo en la estación ferroviaria más peligrosa del mundo después, según me dijeron, la de Lomas de Zamora en Argentina.
Afiche Nº3
Hace meses que estoy en Londres, visité cada pub, centro nocturno y club del centro y la periferia, comí cuanta porquería me ofrecieron y a veces creo que hasta besé a una oficial de policía, pero nunca hasta este momento, me había detenido a pensar qué era realmente lo que estaba haciendo allí.
Llame a mi jefe en la Comisión y le pregunté. Hora y media más tarde lo tenía encima mío a golpes en el estómago. Me trató de nazi, Fascista, Zarista, Leninista, Stalinista, Social Demócrata y miembro honorario de la Green Peace. Lo tomé del cuello y lo alejé, aprovechando que mis brazos eran más largos que los de él. Se resintió porque yo le dije que era un inglés feo y que se parecía a la madre de Churchil después de la lobotomía, él comenzó a insultarme en ucraniano, pero capté entre sus balbuceos una palabra que me irritó hasta la médula. Algo así como que mi país era el mejor del mundo, yo no lo toleré, un inglés chupamedias era lo que me faltaba en esta eterna peregrinación por las islas británicas, en medio de una guerra que no comprendía pero en la cual estaba metido.
Por mi país, y mi amigo Dorian, al que había capturado la Gestapo por vincularlo con el espionaje mediante los sorbetes para discapacitados. Por él realicé el tercer afiche, por mi patria y el dulce de leche, por las vacas y los Estados Unidos. Por la libertad y por los productos que no cambian sin importar el lugar en que se encuentren. Pero por encima de todo por mi perro Arturo, al que le debo la vida, por mi jefe, quien me debe su propia muerte y para culminar por mí. Que esté donde esté como producto de algo, siempre obtengo el mismo resultado: 0
Fin
Perdón: el tercer afiche lo verán a continuación.